Desde 1980, el sueño de Lars Widenfalk había sido transformar una roca en un instrumento musical, en concreto, un violín. Por ello, cuando en 1990 consiguió una pieza lo suficientemente grande como para hacer realidad su aspiración, no dudó en ponerse manos a la obra.
Aunque al final necesitó otra pieza para hacer la parte posterior del instrumento, dos años después, Widenfalk pudo tener en sus manos un violín de piedra al que decidió llamar Blackbird.
“Era el sonido de la Madre Tierra y me pregunté si podría ser capturado en un instrumento tallado en la piedra que había emergido de las profundidades de la Tierra”, explicó el creador a Gulf News en 2005.
“Lo que me impulsó fue el deseo de descubrir los límites a los que se puede llevar esta piedra como material artístico”.
Resulta sorprendente que la primera pieza que el escultor sueco utilizó para la creación de su obra procediese de la tumba de su abuelo. Cuando la familia decidió renovar la tumba del familiar, se descartó una gran pieza de diabasa, por lo que la reclamó.
Pese a que toda la caja de resonancia del violín está tallada en roca volcánica negra, su peso no alcanza los dos kilogramos. Eso se debe a que el artista logró reducir al máximo el grosor de las paredes de la caja, dejándolas en 2,3 milímetros.
Terminado en 1992, el violín Blackbird fue tocado por primera vez por el compositor sueco Sven David Sandstorm, quien elaboró composiciones especialmente para este instrumento.
La primera actuación fue en el pabellón de la Exposición Universal de 1992 en Sevilla y, desde entonces, el instrumento no ha dejado de recorrer el mundo.
El artista checo Jan Rericha habría creado, también, varios violines funcionales de mármol, una piedra más fácil de trabajar que la diabasa, aunque también más pesada, consiguiendo un instrumento final de 3 y 7 kilogramos.