Los trastornos relativos al olfato y el gusto tras la infección de COVID-19 han sido de los efectos secundarios más destacados y sorprendentes. Sobre todo, porque antes de la pandemia no eran tan habituales en un porcentaje de la población tan alto.
Desde la anosmia -la ausencia de olfato-, pasando por la parosmia o cacosmia -cuando el paciente percibe malos olores y sabores-, hasta la fantosmia -percibiendo olores que en realidad no están ahí-, la covid-19 se ha caracterizado por afectar a este sentido en especial.
Y, aunque con las variantes de las primeras olas era más común la desaparición del olfato y, por consecuencia, del gusto, con ómicron este síntoma prácticamente ha desaparecido.
“Ómicron no está dando tantas alteraciones del olfato, y sorprende, pues esta variante se centra más en las vías respiratorias altas”. Por eso no afecta tanto a los pulmones.
Tanto la sintomatología -más parecida a un resfriado-, como la afectación al olfato y el gusto, es muy diferente a las primeras cepas de la covid-19, pues eran precisamente esas, la primera de Wuhan y la Alfa, las más agresivas y las que provocaban en mayor medida los trastornos olfativos.
Por eso, los pacientes con malos sabores o pérdida de olfato que acuden a su consulta “son de olas anteriores”. “Vimos un boom descomunal durante la primera ola, en verano de 2020 -cuando la cepa primordial era la Alfa-, pero han empezado a bajar, la mayoría de los que veo llevan 4-6 meses con estos problemas”, explican los especialistas.
Pero que ómicron sea menos agresivo tiene una explicación. “Al parecer”, explican los médicos, “no es una evolución de los otros, es un virus muy raro, es tremendamente infeccioso pero es leve. Y, al ser menos grave, es menos neuroagresivo, y, por lo tanto, produce menos casos olfativos”.