Antes de su llegada a los anaqueles, sus antecesores podían ser desde una pequeña piedra, el delgado tallo de una manzana, una hoja de cáñamo, un poco de heno, la tuza de la mazorca o un puñado de musgo.
Con el paso del tiempo, se “avanzó” para pasar a los tejidos o lanas y en los casos de mayor pobreza se usaba un trapo cuando no había un río cercano para recurrir directamente al agua.
Otra opción curiosa que se recomendó durante un tiempo fue el cuello de un ganzo bien emplumado, que podía ser reutilizado y aseguraba suficiente confort para cada vez que se utilizara.
Hay registros de que en China se usó el primer invento similar al papel higiénico, pero al otro lado del Pacífico la primera vez que se ofreció en un comercio fue en 1857, cuando el estadounidense Joseph Gayetty lo mercadeó en tiendas como “la mayor necesidad de nuestra era” y con el nombre “papel medicado”.
El producto se ofrecía en una presentación humedecida con aloe, en paquetes de 500 hojas; sin embargo, no gozó de mayor éxito en ventas, ya que para entonces a los clientes potenciales les resultaba más fácil adquirir sustitutos gratuitos.
Con la llegada de los inodoros, se hizo indispensable la colocación de toallas o rollitos de papel higiénico para disponer de ellos en cada recinto.
Pasó el tiempo y este producto se ha diversificado en presentaciones con diferentes cantidades de hojas, fragancias y niveles de suavidad.