Internacional.- El planeta Venus es un infierno envuelto en una espesa capa de dióxido de carbono y ácido sulfúrico, donde la superficie alcanza temperaturas de 400ºC. Unas condiciones imposibles para la vida. Pero, ¿fue siempre así? Hace cuarenta años, la misión Pioneer de la NASA encontró fuertes indicios de que este «hermano malvado» de la Tierra pudo haber tenido una vez un océano líquido poco profundo.
Ahora, dos investigadores del Instituto Goddard de Ciencia Espacial han desarrollado cinco simulaciones asumiendo diferentes niveles de cobertura de agua para ver hasta qué punto ese mundo vecino pudo ser mucho más amable que el actual, quizás incluso un gemelo del nuestro.
En los cinco escenarios, descubrieron que Venus podía mantener temperaturas estables entre un máximo de 50º C y un mínimo de 20º C durante aproximadamente 3.000 millones de años. Incluso podría haberse mantenido un clima templado en Venus hoy en día si no hubiera producido una serie de eventos que causaron una liberación de dióxido de carbono almacenado en las rocas del planeta hace aproximadamente 700-750 millones de años.
Tres de los cinco escenarios estudiados por los investigadores asumían la topografía de Venus como la vemos hoy y consideraban un océano profundo con un promedio de 310 metros, una capa de agua poco profunda con un promedio de 10 metros y una pequeña cantidad de agua encerrada en el suelo. A modo de comparación, también incluyeron un escenario con la topografía de la Tierra y un océano de 310 metros y, finalmente, un mundo completamente cubierto por un océano de 158 metros de profundidad.
Aunque muchos investigadores creen que Venus está más allá del límite interior de la zona habitable de nuestro Sistema Solar y está demasiado cerca del Sol para soportar agua líquida, el nuevo estudio sugiere que este podría no ser el caso.
La causa de la liberación de gas que condujo a la drástica transformación de Venus es un misterio, aunque probablemente esté relacionado con la actividad volcánica del planeta. Una posibilidad es que grandes cantidades de magma burbujearon, liberando dióxido de carbono de las rocas fundidas a la atmósfera.
El magma se solidificó antes de llegar a la superficie y esto creó una barrera que significaba que el gas no podía reabsorberse. La presencia de grandes cantidades de dióxido de carbono desencadenó un efecto invernadero desbocado, lo que ha resultado en la abrasadora temperatura promedio de 462º que se encuentra hoy en Venus.