“No tengo miedo”: Rubén Cárdenas

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HOUSTON, TEXAS.- “No tengo miedo”, me dijo Rubén Cárdenas cuando le pregunté si lo sentía.  Su semblante tranquilo, pacífico, sereno, repitió la respuesta cuando le respondí “¿no?. “No tengo miedo, si deciden que se cumple mi sentencia, yo ya se de qué voy a morir, tú aún no lo sabes”. Ante esa respuesta sólo sonreí.  

Rubén Cárdenas, irapuatense, convertido en el  número 999275 por el Texas Deparment Criminal Justice, apareció de pronto en la ventana del locutorio cuatro A para volver a vernos. La segunda vez en la última década.

-¡Viniste!- me dijo.  –Aquí estoy- respondí.  Eran demasiado obvias, pero esas fueron nuestras primeras palabras. Sin saber qué decir y antes de tomar asiento en una  silla colocada en medio de las dos bocinas utilizadas para comunicarnos,  le dije: “venga esa mano” al tiempo de colocarla sobre el cristal.

De inmediato tomé asiento y le pregunté si quería comer algo. En la bolsa del pantalón traía 25 dólares en monedas “ de a uno”  que cambié previamente en una máquina de esas que parecen tragamonedas luego entregar mi identificación a la entrada de la Unidad Polunsky en Livingston Texas, donde aguardan 305 personas por la pena capital.

Era el segundo viaje en menos de dos semanas. El primero fue fallido por una confusión. Me reclamó ¿por qué no le avisé que iría la semana anterior?.  Le dije que no lo había hecho porque pensé que le darían un papel autorizando mi ingreso a la cárcel, cosa que no sucedió.

Hablamos de la vida, de la muerte, de la comida, de su familia, de la mía, de su estado de paz, de todos estos años.  Insistente yo en que me dijera ¿qué quería de comer? , me pidió calma y me explicó el protocolo.  Me dijo que era la custodia la que tendría que ir hasta mi lugar para avisarme que ya era mi turno para comprar comida.  Así que tocó esperar unos 40 minutos para poder comprar un sandwich, unos bugles y dos pepsis. Dudaba en comerlos ante mi insistencia: “come porque luego te van a meter y no vas a alcanzar a comer”.

El se asombraba con mi insistencia y yo tenía muy claro el motivo: la primera vez que lo vi, el 5 de Junio de 2008, por platicar no alcanzó a comerse una barrita de granola que se quedó en la bolsa de papel. Recuerdo que ese día me vine con el corazón apachurrado por ese insignificante detalle.

Finalmente se decidió. Con sus dedos que asomaban vitiligo y  delgados contrario a su complexión, retiró el papel  y abrió una lata de pepsi.  “Te veo tranquilo” le dije.  “Lo estoy” respondió.  Estaba confiado en sus abogados, en la gente que lo rodea y en su familia. Confiaba también en la justicia de Dios a la que tiene acercamiento a través del reverendo que lo visita cada semana.

Sábado por la tarde y parecían usuales ese tipo de visitas. Nos rodeaban internos que platicaban con personas cuya Biblia reposaba en el tablero del locutorio. Se escuchaban pasajes bíblicos, todos en inglés.  Se veía que los reos escuchaban y los misioneros trataban de transmitir paz.

En medio de la parábola del grano de mostaza que se oía en el locutorio contiguo, le pregunté si había algo qué hacer y me respondió que si, que había una posibilidad: el que la Corte Suprema de Estados Unidos resolviera a favor de su caso.  “Tranquila, no todo está perdido”: me dijo mientras tomaba su refresco.

Me dijo que le llevaron a firmar unos papeles,  no me supo decir de qué. “Me dijeron fírmalos y yo les dije no, por firmar unos papeles es que estoy aquí”, platicó. Se refería a la declaración de culpabilidad, esa que firmó y la que tomaron hace 20 años  como base para la sentencia. Declaración similar a la entrevista que dio al Canal 5 del Valle de Texas en la que también dijo ser culpable  ante las advertencias de que lo hacía o……

No está ajeno a todo lo que afuera se ha contado de él. Sabe que hay una víctima y que la versión que lo señala como victimario es la que ha circulado en todo el país. Ante eso, se mantiene de igual forma tranquilo y con el objetivo claro: no dar entrevistas a medios de varios países que lo han buscado para conocer su versión. En el fondo creo que no quiere causar más dolor a su familia al enfrentarse a los medios que no han dejado de buscarlos en todos estos días.

Lo mío no fue una entrevista, era una plática entre dos personas cuyo intercambio epistolar a lo largo de los años, convirtió esto en una amistad de periodista  y sentenciado. Un encuentro de paisanos, a muchos, miles kilómetros de distancia.

Era sorprendente la lucidez de su memoria pero sobre todo lo que me compartió: “Si te metes a un buscador que se llama Google, ahí encontrarás mucha información sobre mi caso” me dijo cuando comenzamos a hablar del internet y del acceso a muchos datos que él dentro no tenía.

¿Cómo lo sabes? – le dije asombrada. “Me lo cuenta el reverendo, también me dice que tiene instragram, facebook, twitter, todas esas redes que conectan” –contestó. Así me describió el internet que no ha manejado en su vida y que lo convirtió en Trending Topic en la víspera de su ejecución, algo que antes, en 20 años no ocurrió.

“Sé muchas cosas porque leo, aquí me prestan unas revistas, si no lee uno, se va el tiempo lento y te vuelves loco”, dijo luego de sonreír mientras me contaba que disfruta escuchar el radio de una estación de Houston. “Esos locutores están bien enterados, saben todo de los artistas, me gusta escucharlos”.

La radio se convirtió en su catarsis y los locutores sus compañeros y amigos. “A todos siento que los conozco” me dijo mientras me contaba que había vuelto a pintar pero ahora experimentaba la técnica de la acuarela.

“Mira, en esa celda es donde recibiré a mi familia el lunes”, fue así como me mostró el cuarto de visitas que sólo se usa en horas previas a la ejecución. Era un cuarto frente a nosotros y notablemente más grande pero tampoco con mucha diferencia. Pintado de blanco y con la misma consigna: evitar el contacto físico con el interno.

Mientras me platicaba de nuevo cómo iba su proceso ante las cortes, vimos que se estaba oscureciendo, señal de que pronto irían por mí para decirme que el tiempo se está acabando: “Es conforme van llegando, tú fuiste la última, te vas a ir casi junto a la señora de al lado”, lo dijo refiriéndose a una mujer que se convirtió en mi guía ante mi  notable ignorancia sobre el proceso para entrar al Pabellón de la Muerte, uno de los más temidos de Texas.

Así fue. Llegaron por la señora de junto cuyo rostro difícilmente olvidaré por lo buena persona que se portó. De color, con un abrigo hermoso, tacones, alta, muy bonita, pero con la misma expresión en el rostro que todas las personas que estábamos ahí. Enseguida me pidieron que me retirara no sin antes volver a pedirle estrechar nuestras manos a través del cristal. Se juntaron las palmas de nuevo por unos segundos que se hicieron eternos.  Luego, me retiré, él se quedó un rato más comiendo lo que no alcanzó porque o platicaba o comía. Ahora sí le dieron permiso.

Me di la media vuelta y salí del lugar.  No voltee hacia atrás.  Solo caminé de nuevo frente a esa reja electrificada rumbo a la sala de estar de la prisión que muestra fotografías del director del TDCJ y cuenta la historia de esa unidad carcelaria.

Atrás se quedó mi paisano, Rubén Cárdenas originario de Irapuato Guanajuato con una promesa pendiente: regresar a México a visitar  la parroquia de San Judas Tadeo para agradecer el milagro si es que lo concede. Era el día de “San Juditas”, el Patrono de las Causas Imposibles,  esas a las que algunos les llaman perdidas.

Aunque pareciera que Rubén es una de ellas, él nunca manifestó que así fuera sino todo lo contrario, la esperanza y la fe lo acompañan en medio de la presión internacional por su vida y porque se le de el perdón por un crimen que siempre ha sostenido: él no cometió.

Maricela Luna