Crónica de una tarde púrpura

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Por: Berenice Ayala

Irapuato.- “¿Hasta dónde vamos a caminar, mamá?” Le preguntó insistentemente Andrea a su mamá. “¿A dónde quieren ir?”

Andrea y su mamá, Lidia, iban en la marcha que sucedió está tarde, ahí sólo había mujeres y niños. Había hombres que caminaban alejados unos pasos. El feminismo irapuatense convocó claramente sólo a mujeres.

Un millar de mujeres salieron del Parque Irekua, “La casa de las familias” y tomaron las calles, frenaron el tráfico y causaron molestias. Las mismas molestias que se causan siempre que iba mujer sale de la casa de su familia: ¿A dónde vas?, ¿No te vas a tapar más?, ¿Con quién vas?, ¡No te quiero riéndote a mandíbula suelta,que hasta acá te escucho!

En este caso, la molestia más importante fue el tráfico que asfixió el Centro Histórico hasta más o menos las 9:00 de la noche. Algunos comerciantes cerraron temprano, bajaron sus cortinas previendo vandalismo. “Yo no cerré porque ya sabía que no iban a hacer nada en los negocios” contó una empleada que luego lloró cuando frente a su tienda comenzaron a contar historias de abuso: mujeres denunciaron a amigos, tíos, primos, profesores, cuñados de haber tocado sus cuerpos cuando tenían 4, 7, 13 o 22 años. Dijeron que era injusto que para ellos la vida transcurría normal mientras ellas se habían tenido que ir de su casa, abandonar sus sueños y sus estudios para ya no encontrarse de frente con sus agresores.

Y hablando de estudios, no se salvaron las escuelas de ser expuestas: comenzando con el CBTis, después la Universidad de Guanajuato y el CINVESTAV fueron acusadas de encubrir acosadores.

Las mujeres, todas jóvenes, comenzaban hablando con aplomo y terminaban llorando… “Hermana, aquí está tu manada”, iban sus amigas y las abrazaban y les secaban sus mejillas con las manos, mejillas que terminaban besadas. Ahí estaba su manada lamiendo esas heridas viejas que se atrevían por fin a mostrar.

La marcha seguía, pasó por Revolución y dobló por Guerrero, ahí iba esa oleada de rostros jovencitos, de blusas negras y paliacates morados. Iban con sus hijos en brazos, con sus hijos de la mano, con sus perritos marchando y con su manada cobijándolas.

Pasaron frente a Presidencia Municipal y comenzaron a gritar: “¡Lorena, escucha, esta es tu lucha!”. Ahí dijeron también que faltaba Lupita, Ana, María, Brenda, que todas ellas habían muerto a manos de feminicidas, que toda ellas eran un cumulo de sueños y que todas ellas se habían vuelto estrellas antes de tiempo.

El contingente ya era de dos mil, eso calculamos algunas mujeres policías que cuidaban la marcha y yo, así, quedamos en que al menos 2 mil mujeres habían entrado a la Plaza del Artista alrededor de las 6:40 de la tarde.

Había mucho ruidos, había mucha fiesta y había muchos reclamos que no pararon, que salían en gritos, porras y pancartas, había humo púrpura cubriendo esa fiesta de exigencias, había muchas jóvenes diciendo que no iban a permitir que tocaran a sus hijas y sobrinas.

Así, las pancartas quedaron pegadas en la pared lateral del Templo del Convento. Poco después empezaron a decir: “Vamos a ayudar al contingente negro”, entonces las oficiales con las que había hecho las cuentas, se pusieron alerta.

El contingente negro sacó aerosol y con rápidos movimientos empezaron a rayar la pared lateral del Templo del Convento, ahí ponian reclamos, nombres, dolores que habían guardado.

Entonces frente a ellas, protegiéndolas de las cámaras, se comenzaron a formar las mujeres que habían marchado, algunas aún tenían los ojos llorosos tras su denuncia. Ahí, otra vez, con pancartas, con su cuerpo, con su gratitud, cobijaron a las que tomaron espacios para decir que sus cuerpos importan más que los templos… El muro de mujeres empezó a cantar “yo todo lo incendio, yo todo lo rompo, si un día algún fulano te apaga los ojos”…

Ahí me acordé de la insistencia de Andrea. Por cierto, Andrea también es el nombre de mi abuela, de la mamá de mi mamá. Andrea, mi abuela, quien no fue a la escuela, quien tuvo hijos cada año, quien murió en soledad luego de criar a sus hijos y sus nietos… 

Me acordé de Andrea, esa niña hija de Libia que preguntaba si ya íbamos a llegar. Cuando su mamá le dijo que llegaríamos hasta la Presidencia, la niña dijo “¿HASTA MÉXICO?” Y yo, quiero decirle a esta Andrea y a mi Andrea en la memoria que sí, que por ellas, está lucha cubrirá México.

¡Se va a caer porque lo vamos a tumbar!