(Por Daniel Gorosito)
La fractura en el Islam que lo dividirá en dos ramas: Suníes y Chiíes, se produce en el siglo VII, el periodo posterior al fallecimiento del Profeta Mahoma. La causa, la sucesión del mismo, quien debería asumir el liderazgo espiritual y político.
Ali quien es sobrino y yerno del Profeta, junto a sus seguidores, fueron bautizados como Chiíes, su creencia es que sólo un descendiente directo de Mahoma podía asumir la sucesión. El término Chií significa “la facción”, debido a que estos eran minoría. La mayoría consideraba que la comunidad debía escoger al nuevo líder en función de sus virtudes.
Transcurría el año 680 cuando en Karbalá (Irak), los Chiíes fueron derrotados y Hussein, hijo de Ali, fue decapitado. Los Chiíes nunca aceptaron la legitimidad del Califato Suní, y mantuvieron durante décadas una dinastía paralela. Hoy siguen siendo minoría en el Islam y se consideran discriminados en algunos países. La diferencia entre ambos, es teológica, la encontramos en la interpretación de los textos sagrados.
Las divergencias doctrinales que producen mayor enfrentamiento a la convivencia entre ambas comunidades hacen referencia a la interpretación de la historia sagrada del Islam, y muy especialmente, la de los años posteriores a la muerte del Profeta Mahoma. Los Suníes consideran la devoción Chií hacia Ali una herejía.
En cuanto a su ubicación geográfica, los Chiíes se concentran en Afganistán y Pakistán. Son mayoría en la República Islámica de Irán, que se ha convertido en su gran potencia y faro, es decir el guía de la población Chií, también en Irak y Bahrein. Hay un buen número de Chiíes en el Reino de Arabia Saudita, Yemen, Líbano y Turquía. Se estima que el 15% de los 1200 millones de musulmanes son Chiíes. Con la llegada al poder en Irán del Ayatola Jomeini, luego de derrocar al Sha Reza Pahlevi, se instala un régimen teocrático Chií que tendrá como gran objetivo exportar la revolución a toda su región de influencia.
Este hecho hace que se tensen las relaciones y la utilización política de la religión se multiplica en la región. De ahí que la religión se ha convertido en una herramienta de movilización popular en una lucha que es más que nada de tinte político.
Si tomamos en cuenta que las fronteras de los Estados en la región son el resultado del juego de equilibrios entre las “viejas” potencias coloniales, encontramos que la religión es a menudo el elemento de identidad más sólido. La vieja rivalidad existente desde hace mucho tiempo por la supremacía en la zona del Golfo que liberan Arabia Saudita y la República Islámica de Irán está detrás de los conflictos contemporáneos. Irak de mayoría Chií pero tradicionalmente gobernado por una élite Suní al que Irán pretende convertir en un satélite.
Mientras que el Reino Saudí, cuna de la escuela Wahabí, la que considera herejes a los Chiíes, agrega elementos que profundizan el conflicto, como la aparición del yihadismo Suní, representado por Al Qaeda en una primera instancia, posteriormente se le sumará el Estado Islámico, atacando a los Chiíes, considerados por ellos infieles que obviamente, deben ser erradicados.
Si a este panorama le sumamos la reciente ejecución del clérigo Chií Nimr al Nimr por Arabia Saudita, azuzando el conflicto entre dos de las potencias petroleras más importantes del planeta y provocando que el líder de Irán, el Ayatola Ali Jamenei, la máxima autoridad política y religiosa del país lance un aviso dirigido a Riad, en tono amenazante.
Advirtió al Reino Saudí de una “venganza divina”, tras lo que calificó de “error político”. “Sin lugar a dudas la sangre derramada injustamente por este mártir dará sus frutos y una venganza divina recaerá sobre los líderes saudíes”. De ahí que podemos comprobar que entre Suníes y Chiíes si hay algo que no sopla en la región son vientos de entendimiento, tolerancia y paz.
¡Hasta el próximo análisis…!
Lic. Washington Daniel Gorosito Pérez