La despedida de un grande; así fue el adiós al Maestro Salvador Almaraz

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Por Berenice Ayala

IRAPUATO, GTO.- Eran como las 5:30 de la tarde del 11 de marzo, en el patio empedrado había un féretro sencillo, sólo madera color nogal y unos cuantos adornos de cobre, más que sencillo, era sobrio. A ese féretro se acercaron despacio un hombre y un niño. En el suelo pusieron una cera (esas velas que están exquisitamente decoradas), la encendieron y respetuosamente se retiraron.

En el féretro estaba el cuerpo de Salvador Almaraz López, nada más el cuerpo, porque su alma se había ido esa mañana a reunirse con su amada Irene. El maestro Almaraz había partido de este mundo a los 91 años, dejando atrás a cinco hijos, 11 nietos y cinco bisnietos.

Salvador Almaraz López nació en Irapuato, pero supo habitar todo el mundo por medio de su obra pictórica y escultorica, fue creador de 70 obras, fue retratista de presidentes y de figuras del espectáculo. Fue un hombre que supo entrar en las venas de la identidad irapuatense de un modo tan sutil que ni se nota, es como el aire: nos acostumbramos a tenerlo alrededor. De igual modo, los irapuatenses crecimos acostumbrados a ver alrededor los colores que este artista nos pintó en sus murales.

El viernes 11 de marzo en el patio del Museo Salvador Almaraz, los irapuatenses despedían al artista, pero cinco despedían a su papá, 11 a su abuelo, cinco a su bisabuelo y Sol, la primera tataranieta, se quedó a dos semanas de conocerlo.

En ese patio empedrado y rodeado de arcos de cantera labrada, hicieron la primera Guardia de Honor sus hijas Ivonne y Edith, también sus hijos Hugo, Onofre y Ernesto. Pusieron sus manos sobre el ataúd, y soportaron las lágrimas hasta que tercas se comenzaron a resbalar mientras el mariachi cantaba “Que digan que estoy dormido y que me traigan aquí”, ahí aguardaron y presentaron su dolor, sabiendo compartir hasta ese momento, igual que toda la vida, compartieron las obras de su papá con tantos.

Así pasaron otras dos guardias, una teniendo al frente a Lorena Alfaro, la primera mujer presidenta en la historia de Irapuato y a quien el Maestro Almaraz le había ido a decir lo orgulloso que estaba y a quien le había prodigado caricias en las manos cuando fue a visitarla y a despedirse de su obra.

Después de otras guardias, sus hijos e hijas pusieron una ofrenda floral sobre el féretro, el mariachi comenzó a cantar “Amor Eterno”, todos. Se tomaron delas manos e Ivón comenzó a hablar cerquita de dónde descansaba la cabeza de su papá, todos se tomaron de las manos y acariciaron el ataúd. No querían despedirse.

Varios rostros jóvenes estaban en el lugar y observaban compungidos el féretro, no se animaban a acercarse. Ya era de noche cuando una niña de unos 16 años que había sostenidos horas un girasol, se atrevió a acercarse, puso una mano sobre el ataúd, lo miró unos minutos fijamente, le murmuró unas palabras y se alejó llorando.

No era sorpresa que hubiera jóvenes sintiendo la partida del maestro porque él compartía su conocimiento con los pequeños. Lo disfrutaba enormemente, según contaron sus nietos Salvador y Angélica. Ellos recordaron a un abuelo amante de la vida, curioso, travieso… un niño.

Toda la tarde hubo abrazos, lágrimas, anécdotas. Faltaron los boleros que tanto había escuchado en los últimos días, ahí, recostado y acompañado de quienes ama y lo aman… en presente, porque eso no termina con la muerte.

El Maestro Salvador Almaraz dejó su cuerpo, el que será cremado y cuyas cenizas serán vertidas en la urna en la que están las de su esposa, porque así querían estar siempre, porque así eran de inseparables.

El 11 de marzo de 2022 Irapuato se despedía de su artista, el que recorrió de nuevo sus obras, el que supo despedirse de la vida con calma, con amor, con gratitud. El que nos dijo (sin decirnos, como siempre) que también a la muerte se le puede encarar y sonreírle. El que dejó tanto color.

Entre aplausos se fue del Museo que lleva su nombre y que le ilusionó tanto. Entre lagrimas se fue fue del mundo… y sin duda, entre besos lo recibió su Irene